Muchas veces lo dije y no creo haber sido interpretado. Hacer lo que sea necesario para mí significó: “no importa qué, ni cómo, el fracaso no es una opción, hacé lo que sea necesario” Y ahí nomás empezaron las excusas (ni las enuncio, un embole), de mi receptor, obvio.
NO estamos hablando de un héroe victorioso superpoderoso frente a quien se le abren todas las puertas. ¡No! Estamos hablando de alguien no especialmente dotado que tiene un objetivo, que está bien claro y que tarde o temprano logrará cumplirlo, de una manera o de otra. Alguien que está completamente autodeterminado a realizar su propósito, y sea lo que sea, por más ardua que sea la tarea, molesta, aburrida, sistemática, monótona o formal la llevará a cabo sin que le importe más que ESE objetivo.
Por supuesto estamos hablando de un fin que nació del centro del alma inspirada por el yo superior y del alquimista que tiene la visión, el poder y la paciencia para transformar la semilla en una rosa, el carbón en diamantes y el lobo en un fiel perro.
Sabe que necesitará de la belleza, la riqueza y la bondad, dominar los sentimientos, encausarlos y dirigirlos. Sabe que al final del camino podrá levantar vuelo con el viento dorado y no volver a esta tierra. Sabe que el premio del trabajo es definitivo, es trascendente. Sabe porque se ganó el derecho a saber más, porque ve más allá y porque estamos destinados a cruzar las fronteras.
Las leyes están destinadas a ser rotas, a ser superadas.
¡Qué tremendo el papel de Saturno! Él nos pone límites. Nos dice: “¿Y? ¿Para cuándo eh? Se te acaba el tiempo, chiquilín”.
Y sabe también su particular destino: algún día, en algún momento, será dejado atrás, for ever and ever, olvidado entre los trastos del pasado, polvo que volverá al polvo y nunca más volveremos a verlo ni tendremos que soportarlo, (encima sabiendo que tiene razón, Saturno mother fucker!).
Ey Saturno! Bye, bye!
El huevo de Neustad.
Hace 11 años
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